viernes, 1 de julio de 2016

¿Estado de espera?

Después de mucho tiempo, después de muchas lágrimas y muchas caídas, he llegado a varias conclusiones. La primera es que el ser humano es estúpido. Bueno, eso ya lo sabíamos todos. Pero tenía que decirlo. Sí, he comprobado con mi propia piel, o más bien, con mi propio corazón, que somos tan sumamente imbéciles que hasta que no perdemos algo (alguien en mi caso, y me atrevo a decir que en el de todos los que están leyendo esto), no lo valoramos realmente. Sí, así de gilipollas. Vale, dejando a un lado los tópicos y esta dura pero verdadera definición de nuestra especie, pasaré a mi siguiente conclusión, la cual más de alguno dirá "pero si eso ya lo sabía yo". Bien, quizá yo también lo sabía en la teoría, y estas son cosas que en las películas no te cuentan, cosas de las que nadie te habla, y es normal, porque primero, no escuchamos una mierda cuando nos enganchamos a alguien, y segundo, nadie nos quiere matar las ilusiones así tan rápido, ya sea por cariño o porque saben que acabaremos jodidos pase lo que pase. Porque así es. Enamórate, deja que pase un tiempo, y después cuéntame si el amor es tan bonito como una flor. Bueno, el caso es que hasta que no eres una persona madura con tus valores bien plantados y sobretodo, tu AMOR PROPIO, no sabrás lo que es ese amor de cuento de hadas. De todos modos, mira las películas, sin drama no triunfan. Supongo que nos han metido en la cabeza que amor equivale a celos, inseguridad, perdonar cuernos, ser un patético individuo dependiente de los Whatsapps de tu pareja y el odiado tick azul, no conocer una mierda a la persona con la que duermes cada noche y aún así, amarla con la fuerzas de los mares. Eh, y no nos olvidemos de esto: creer que el amor es esa enfermiza e insaciable NECESIDAD de estar con alguien. Ese horroroso miedo a estar solo, esa asquerosa manía de que nos recuerden cada día que nos quieren. ¡Claro! Cómo no vamos a querer eso si nunca jamás nos contaron que el secreto del éxito en las parejas es que cada uno se quiera a sí mismo con sus más y sus menos. Pero bueno, que eso en la teoría es súper fácil decirlo. Os lo dice una tía que si el camino del amor propio fuese como aprender a caminar, aún estaría gateando. Por lo menos ya no me tienen que llevar en el carrito. Y sí, "por suerte" (entre comillas porque no hice ni puto caso) tuve a esa madre que te cuenta la vida tal cual es, con sus grandezas y sus miserias (sobre todo sus miserias), y a cada hostia me acordaba de ella, y a cada hostia me decía a mi misma "tenía razón, tenía toda la puta razón". Y mira, me caí igual, pero por lo menos siempre fui consciente de mis errores, porque ya tenía el manual leído, porque oye, de clase jamás me quedó una mierda de lo que decía el profesor, pero de las conversaciones con ella, te las podría recitar de principio a fin.

El tema es. Cuando aprendes que primero estás tú antes que cualquier otra persona, y aprendes que no es egoísmo, sino supervivencia emocional, es cuando eres consciente y caes en que es mucho mejor una puerta bien cerrada, que una cutre y fea ventana medio abierta. ¿Que por qué? Porque esa es la esperanza del mediocre, del que acepta que lo quieran a medias porque no cree que sea merecedor de que lo quieran con todas sus letras. Esperar de esa manera es el método más efectivo para intoxicar tu corazón. Esperar, aceptar que te tengan a prueba durante un tiempo, que tanteen si realmente te quieren a su lado. Y bueno.. está bien, sí, hay que ganarse las cosas, hay que esforzarse. Pero no así. El estado de espera es la manera más cobarde que tienen de quererte. Y comienzas a decaer, y aceptas que se emborrache para que te diga dos cosas bonitas, para que se atreva a besarte otra vez y lo aceptas todo, como si así fueses a conseguir que realmente desee comprometerse en una relación contigo otra vez. Y llegan las noches y pones canciones tristes con letras que realmente se convierten en tus mejores amigas porque sientes que fueron escritas para ti, le escribes tristes cartas de "amor" que acaban con la tinta corrida por las lágrimas, miras fotos idealizando cada momento, mientras esa persona se divierte con sus amigos y tú no pasas ni dos segundos por su cabeza, hasta que ve esos patéticos mensajes que le envías diciéndole que le echas de menos, suspira agobiado, guarda el móvil y vuelve a su mundo, sin ti. Y tú lo sabes. Y te destroza por dentro. Pero no puedes pararlo. Sí, ese es el estado de espera. Ese es el estado que todos alguna vez aceptamos, y tristemente, el que todos alguna vez creamos. Y al final, tu mente es tan hija de puta, que hasta piensas que es lo que te toca, que como tú ya hiciste daño en algún momento, es tu turno de sufrir, entonces te dejas y te sientes prisionera de aquellos errores que cometiste en relaciones anteriores o incluso con esa misma persona. Y vuelves a esas conductas enfermizas, vuelves a esos remordimientos, vuelves a cerrarte a todos y a centrarte en esa persona que consciente o inconscientemente te está jodiendo profundamente la mente y el corazón, y está dejando en ti una huella que sabes que a la larga te transformará y te convertirá en x persona. Pero oye, es tu decisión cómo manejar aquello, es tu decisión transformarlo en un aprendizaje o en un defecto más. 

Yo hoy he dado vuelta la página. No hablo de quemar libros y esparcir cenizas, que queda muy bonito en tweets o incluso aquí, pero mi vida es una, y si comenzase a escribir otro libro, sería dejar de lado todos aquellos aprendizajes, sería no ser lo suficientemente valiente como para aceptar que aquella derrota fue parte de mi vida. Y sí, este es otro capítulo, y lo estreno con este escrito, limpia de lágrimas, limpia de rechazos y limpia de remordimientos. Hoy vuelvo a ser. Hoy vuelvo a respirar.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Caminos sin música

Hoy iba caminando cuesta abajo bajo la lluvia y una capucha inservible que me calaba la cabeza, me congelaba las ideas, y mi música rebotando contra mis oídos y mis sentimientos. No sé cuánto camino llevaría andado pero de repente la música dejó de sonar. Maldita batería. Y fue entonces cuando comenzaron mis pensamientos a despertarse y mi cabeza a descongelarse. Aquello que siempre evito cuando pongo una de mis canciones favoritas, aquello que escondo en los escondites de mi mente para que no alboroten mis planes. 

Qué tristeza tan profunda sentí de repente… Y comencé a pensar en aquellos que estuvieron y ya no están, en aquella persona que estuvo hace años, que ya no está ni estará y que marcó tanto mi yo de ahora. O eso quiero creer, si no, no me explicaría mucho de lo que fui después de su patético y fugaz paso por mi vida. Qué revolución.

Pensaba y pensaba y en mi cabeza se formaban ríos de lágrimas nunca llegadas a su destino y tormentas de sentimientos que jamás vieron la luz. Siempre he pensado que aquello que sentí no podía ser amor, que aquello no era para mí. Siempre he tenido un miedo profundo a no volverme loca de amor. Siempre he tenido miedo a quedarme en este estado de cordura y no sentir esa pasión desenfrenada que cuentan los libros y las películas que se siente cuando el corazón tiene de motor a un chico con nombre y apellidos y una sonrisa irresistible. Siempre que me han preguntado qué sueños tengo, he hablado de metas profesionales, económicas… pero jamás me he atrevido a decir “quiero amar”. Y no sé si es el miedo, no sé si es la incapacidad, si es que aún no llegó “él”… no lo sé. Pero hoy con certeza, tras esa caminata sin música y sin esperanza en mi propio corazón, supe que el amor sería una de mis metas. Pero supongo que no basta con querer amar y darlo todo por una persona, supongo que también se trata de ese amor mutuo. Y nunca había sentido tan adentro aquella frase de “prefiero sufrir a no sentir nada” (o algo así…). Y no niego que me gustaría dar con esa persona que me entienda con besos, que me sonría con los ojos, que me hable sin decir. Son cosas con las que todos soñamos en nuestro inconsciente y solo los atrevidos en su consciente.


Necesito deshacerme de este vacío, pero también sé que necesito aprender a ser feliz con mi propia compañía, porque cada día tengo más claro que soy mi propia mejor amiga y que nunca estaré sola si estoy conmigo. Pero mi esencia no cambiará, sé que este mar de caos y letras jamás cesará, está en mí, soy yo. 

miércoles, 17 de junio de 2015

Quién... ¿qué?

No suelo ser una persona muy segura. Tampoco alguien con quien poder contar las 24 horas del día. Seguramente si me llamas a las cuatro de la tarde esté durmiendo u odiando el mundo. Pero si a las cuatro de la mañana tienes una urgencia sentimental no dudes que ahí estaré aunque me hayas despertado del mejor sueño de mi vida. Tampoco soy muy divertida. Si ves a alguien riéndose conmigo lo más probable es que sea por mi torpeza al hablar o por mis frases fuera de lugar. Y si me preguntas quién soy, tampoco sabré qué responderte. Quizás hace unas semanas cuando lo tenía todo bajo control sí te hubiese contestado con una serie larga de defectos y virtudes cada uno argumentado y ejemplificado. Pero hoy no. Hoy no sé muy bien quién soy. Desde hace un tiempo siento que pendo de un hilo. Un hilo tan fino que hasta una suave brisa puede cortar. Pero no con esto quiero decir que carezca de esencia. Sigue ahí… sólo que ahora está un poco difuminada. Ahora mis palabras están bajo el dominio de un corazón roto que me susurra “cuidado con lo que haces”. Porque ahora es mi corazón quien define lo que soy, lo que digo. Y pienso, claro que pienso, pero todo ha cambiado en mi cabeza. Ya no soy la que fui, ya no soy tan yo. Cuando pasas tiempo tirada en una cama llorando, muerta de miedo y de frío con el corazón desangrándose, lo único que te queda es cambiar lo que fuiste y renovar lo que eres. Decidir ser otra, darte cuenta de que lo que fuiste no te sirvió para más que para sufrir y hacer sufrir. Porque cuando alguien se retira de tu vida dejándote ir sin darte la oportunidad ni de arrepentirte ni rogar un poco más, lo único en lo que piensas es en tus errores y en lo poco que vales. Cada segundo de tu vida es así. Y vives bajo una nube de culpas que tanto tú como el resto sois conscientes de que son tuyas. Y ellos las marcan más. Ellos te dicen “tú fallaste, tú lo rompiste, es tuya esta culpa, toma”. Y una más. Y así. Y cada vez más grandes y pesadas. Y al final son ellas las que acondicionan tu forma de pensar y de sentir. Por eso al final acabas volviéndote loca entre las dos opciones: ¿dejo de sentir? ¿Sigo luchando? La balanza se ha estropeado y ahora sólo toca echarlo a suertes. Y esto os lo cuenta alguien que no cree en la suerte…

sábado, 13 de junio de 2015

Por si lo lees... por si me lees...

Últimamente mi vida es una sucesión de puntos suspensivos. Todo es una continua espera a ese famoso “y si…” ¿Y si aparecieses aquí ahora? ¿y si sonase el teléfono y es tu voz? ¿y si te llamo? ¿y si cojo mis cosas y me planto frente a tu ventana? Te fuiste hace ya unas semanas… pero qué semanas. Siempre he sido de las que se les pasa el tiempo volando, pero parece que de repente el tiempo se ha dado media vuelta y ha puesto en marcha el botón de retroceso. Porque eso parece, que en vez de avanzar, retrocedo. Y sabes… hay días en los que me despierto dispuesta a olvidarlo todo pero… ¡pum! Ahí pasas tú, delante de mí, con ese andar peculiar y ese pelo alborotado de las mañanas. Y pasas por delante... y son como mil y una puñaladas, porque no me miras. Todo el día es una avalancha de recuerdos, de añoranzas, de melancolía. Y yo mientras tengo que esconderme detrás de una falsa sonrisa, me acerco a la gente, les hablo, me río, bromeo, ¿por qué, para qué? Simplemente es mi mecanismo de defensa, quiero que me veas brillar como siempre, no quiero que veas cómo me apago. Porque eso siento, que poco a poco me apago, cuanto más te alejas, más oscuro se hace todo aquí dentro. A pesar de que nunca ha sido demasiado iluminado mi interior... a mis demonios no les gusta la luz… Y bueno, sólo quedan unos días para no verte más. Por lo menos hasta dentro de 3 meses. 3 meses sin tu mirada, 3 meses sin tu voz. Será un verano difícil. Serás mi olvido de verano. Y pienso en todos los planes que tenía para y por ti… tenía planes, planes que nos harían fortalecernos. Quería enseñarte el poder de la escritura, quería jugar contigo en la playa tardes enteras, quería jugar contigo en mi sofá para acabar después en mi cama mordiéndonos hasta el alma. Quería viajes contigo en coche llenos de miradas cómplices, quería piques de minuto y medio, quería abrazos de hora y media, quería que me siguieses queriendo… sería nuestro verano, sería el comienzo de toda una vida a tu lado. Porque nunca bromeé cuando decía que contigo me imaginaba hasta la primera cana. Porque pese a tu abandono sigo pensándote noche y día. Sigo soñando que vuelves a mí. Sigo buscando salidas que me lleven a ti. Pero me quedé en mi cueva, me quedé en esa oscuridad a la que me arrastró el fin de nuestro amor. Ojalá te des la hostia y me necesites, ojalá te caigas y no puedas levantarte, porque de ese modo sólo te quedará una salida: yo. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Declaraciones de amor en forma de granada

Y yo, te declaro mi odio con una canción de amor. Para que te escueza y te des cuenta de lo que has perdido.

Cuando te pedía besos perdidos que jamás llegaban a mi boca, los cuales desembocaban en ríos de agua salada, y no, no hablo del mar. Hablo de un lago color mierda que sucumbió tras tanto aguantar y explotó en mil gotas. Tan tonta, como la Cenicienta, pidiéndote caricias, amenazándote con que llegarían mis ganas a las 12,  y así como mi amor, mis ganas también se irían. Mentiras piadosas (no se irían). Y vaya, fui ilusa. Creí que conocería al amor de mi vida y que justamente de mí se enamoraría. Te declaré mi amor en forma de granada. Tu mirada provocó incendios internos, que jamás fuiste capaz de apagar. Fue bonito verte reír, pero más que eso, era saber que quien te hacía reír era yo. Nunca me vi contigo toda la vida, pero soñaba con hacerlo. Sueños hechos de gas lacrimógeno. Mis demonios se calmaban cuando te veían, pero los desataste al irte y no me culpen si un día aparecen con una pistola frente a tu casa amenazando con reventarte la cabeza. Supongo que nunca aprendí a quererte, o quizás tú no fuiste muy buen profesor. O quizás sí, eso es amor, no soportar la idea de no tenerte y matarte, para así no verte con nadie más. "Desvarías", me susurran desde adentro.

Triste fue haber ganado mil batallas bajo tus sábanas pero no la guerra en ese coche en el que lo que había bajo tus pestañas me indicaban que el poco amor que hubo, se te había escapado.

Que al final en vez de confirmarte a ti como el amor de mi vida, le cediste el lugar a esa canción, a ese lugar, a ese lunar que tanto te gustaba perdido entre mi cuello y mi pelo enredado, a esa soledad que dejaste incrustada en mí cuando te fuiste.. Y bueno, eres una herida bonita, de la que estaré enamorada toda mi frustrante y patética vida.

sábado, 28 de junio de 2014

No todos estamos hechos para ser humanos

Quiero quedarme despierta hasta las tantas y mañana levantarme lo más tarde posible. Pero siempre acabo sintiéndome culpable, e intentando excusarme a mí misma diciéndome “pero si estás de vacaciones” o cosas así. Como cuando quiero levantar la mano en clase con la respuesta a la pregunta del profe en la cabeza y no me atrevo, y me excuso con que quizás fallo. Y no. O cuando quiero escribir pero no me hallo con la inspiración suficiente y me da rabia. Porque me gusta escribir. Pero no me gusta cómo lo hago. No tengo imaginación, sólo escribo idioteces sin importancia que siento o pienso. No sé. Me gustaría ser realmente buena en algo. Porque viendo cómo escriben otras personas, cómo fueron los grandes, no sé en qué pensaba yo en un pasado cuando creía que podía llegar a alguna parte con mis escritos. Tampoco se me da bien dibujar. Ni cantar. Ni bailar. Ni siquiera sentir se me da bien. Algo tan simple, algo tan fácil y es en lo que más torpe soy. Soy torpe queriendo a una persona, y aún más odiando. Porque a veces ni una ni otra llegan a su tope. Y qué pena. Siempre he estado buscándome sin encontrarme. Siempre me han dado miedo los test de inteligencia por si sale un resultado inferior al que creo y hundirme más. Porque no soy esa clase de personas que toman positivamente los errores y de ellos hacen verdaderas obras de arte como es una sonrisa sincera. Pero por lo menos en algo sí estoy orgullosa de mí misma: no sé fingir sentimientos. No sé fingir que alguien me cae bien. Y mucho menos sé fingir que quiero a alguien cuando no es así. Quizás tengo mis impulsos, esos que dan por la noche, esos en los que tus débiles sentimientos se multiplican por mil y odias y amas con tanta intensidad que prefieres seguir con tu mediocre corazón queriendo y odiando a medias. Como todo. Como cuando no quiero ilusionarme y en el fondo siempre lo hago.Y en fin, espero encontrar esa esencia en mí, eso que se me dé realmente bien y de lo que yo misma esté orgullosa. Igual uno de estos días salgo a la calle y lo encuentro. Igual...   

miércoles, 23 de octubre de 2013

Semáforos

Hoy tengo ganas de escribir. Pero de escribirme a mí. Sólo a mí. Como quien tiene una conversación con su subconsciente en un momento cualquiera, en un lugar cualquiera. Como cuando subo al bus y me doy cuenta de que he olvidado los cascos en casa y no tengo más remedio que apoyar la cabeza en la ventanilla y escuchar conversaciones absurdas de los de delante, o los de atrás, intentando evitarlo, comenzando a pensar. Pensar en todo lo que está ocurriendo en mi vida. Pensar en todo lo que perdí y todo lo que estoy ganando. En lo bonito que fue llorar de felicidad así como lo amargo que fue llorar por habernos perdido. En lo rápido que aprendí a vivir sin esa persona, o eso creía, hasta que descubrí un día, de esos días que piensas que todo va bien, de repente se te cae el mundo encima y tienes que subir corriendo a tu habitación porque no quieres echarte a llorar delante de todos. Pensar en lo feo que fue besar a alguien y no sentir nada, que de repente se me viniese su rostro a mi mente y tener que haberme ido de allí rápidamente poniendo la excusa de que se me hacía tarde, cuando en realidad para lo único que se me hacía tarde era para volver a ser feliz. Pensar en lo divertido que sería no haber cogido ese bus y quedarnos dando tumbos por la ciudad riendo sin parar, apagando los móviles. Y sin importarnos las circunstancias, cruzar la calle sin mirar y con el semáforo en rojo. Pero de la mano.